BENDICIÓN DE LA IMAGEN DE SAN JOSÉ

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BENDICIÓN DE LA IMAGEN DE SAN JOSÉ

Catequesis del Papa Francisco sobre San José, hombre de silencio

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos nuestro camino de reflexión sobre San José́. Después de haber ilustrado el ambiente en el que vivió́, su papel en la historia de la salvación y su ser justo y esposo de María, hoy quisiera considerar otro aspecto importante de su figura: el silencio. Y muchas veces se necesita el silencio.

El silencio es importante, a mí me impacta un pasaje del libro de la Sabiduría que ha sido leído pensando en la Navidad: cuando la noche está en el más profundo silencio, allí tu Palabra descendió a la tierra. En el momento de más silencio, Dios se manifestó. Es importante pensar en el silencio en esta época en la que, parece que, no tiene valor.
Los Evangelios no relatan ninguna palabra de José́ de Nazaret. Nada. Nunca ha hablado. Eso no significa que él fuera taciturno, no, hay un motivo más profundo. Con su silencio, José́ confirma lo que escribe San Agustín: «Cuando el Verbo de Dios crece, es decir el hombre hecho hombre, las palabras del hombre disminuyen». En la medida en que Jesús crece, la vida espiritual crece, las palabras disminuyen. Esto que podemos llamar ‘el hablar como loros’, disminuye un poco.

El mismo Juan Bautista, que es «voz que clama en el desierto: preparen del camino del Señor»» (Mt 3,1), dice sobre el Verbo: «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Esto significa que Él debe hablar y yo estar callado. José́ con su silencio nos invita a dejar espacio a la Presencia de la Palabra hecha carne, a Jesús.
El silencio de José́ no es mutismo, no es taciturno; es un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un silencio que hace emerger su gran interioridad. «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo – comenta San Juan de la Cruz – una palabra habló el Padre, que fue su Hijo y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma».
Jesús creció́ en esta «escuela», en la casa de Nazaret, con el ejemplo cotidiano de María y José́. Y no sorprende el hecho de que El mismo busque espacios de silencio en sus jornadas (cfr Mt 14,23) e invitará a sus discípulos a hacer tal experiencia: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).

Qué bonito seria si cada uno de nosotros, en el ejemplo de San José́, lograra recuperar esta dimensión contemplativa de la vida abierta de par en par precisamente por el silencio. Pero todos nosotros sabemos por experiencia que no es fácil: el silencio nos asusta un poco, porque nos pide entrar dentro de nosotros mismos y encontrar la parte más verdadera de nosotros. Y muchas personas tienen miedo del silencio, deben hablar, hablar o escuchar radio, televisión, pero no pueden aceptar el silencio, tienen miedo.
El filósofo Pascal observaba que «toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación».3

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de San José́ a cultivar espacios de silencio, en el que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros. No es fácil reconocer esta Voz, que muy a menudo se confunde junto a los miles de voces de preocupaciones, tentaciones, deseos, esperanzas que habitan en nosotros; pero sin este entrenamiento que viene precisamente de la práctica del silencio, puede enfermarse también nuestro hablar. Sin la práctica del silencio se enferma nuestro hablar.

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