Domingo 4º de Cuaresma

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Domingo 4º de Cuaresma

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,14-21):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Palabra del Señor

 

LECTIO
Jesús se compara con la serpiente de bronce que Moisés había alzado en el desierto para librar de la muerte al pueblo pecador (Nm 21,8s). Para comprender el pasaje hay que adentrarse en el mundo de los símbolos, tan característico del cuarto evangelio. La serpiente recuerda la muerte, pero también su antídoto. De hecho, en aquella civilización, la serpiente era símbolo de fecundidad. Así, la elevación de Jesús en la cruz como maldito, aunque represente el culmen de la ignominia, constituye también el máximo de su gloria y la mayor muestra de amor de Dios a la humanidad.

MEDITATIO
Pero este don de Dios exige la acogida de la fe: si en el desierto había que mirar a la serpiente de bronce, ahora se debe creer en Jesús, es decir, abrirnos a su amor, elegir la luz, la salvación, la vida que de él proceden. Necesitamos contemplar a Jesús, pasar tiempo con él. Y, poco a poco, con los ojos fijos en el crucificado, como fuente viva, brotará en nosotros el testimonio del Espíritu: Cristo “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

ORATIO
Déjanos oír hoy tu voz, tu Palabra, para que no se endurezcan nuestros corazones. Ayúdanos a adherirnos a la voluntad del Padre, a darnos totalmente a los demás para ayudarles, confortarles, ser para ellos fieles compañeros de camino. Gracias, Señor, por tu amor salvador.

 

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¡TANTO AMA DIOS AL MUNDO…!

Más de lo que podemos soñar y desear,
más de lo que podemos
anhelar y esperar,
nos amas Tú.
Más de lo que nadie
nos ha amado y amará,
más de lo que somos capaces de amar,
nos amas Tú.

Nuestra vida, desde el vientre materno,
es una historia de amor
que penetra y fecunda
todos los rincones de nuestro ser
haciéndonos vivir, crecer y madurar
a ritmo de más humanidad.

Y, día a día, el manantial de tu amor
se desborda y riega nuestro espíritu,
nuestros sueños y proyectos,
nuestros sentidos y tiempo,
manteniéndonos lúcidos
en la travesía del desierto.

La creación entera siente tu amor
y, a veces, gime y, otras, canta agradecida
porque en sus dolores de parto
se siente acompañada y realizada,
con luz en su horizonte
y esperanza renovada en tus brazos.

Las cruces
que encontramos en el camino,
a lo largo de las estaciones y años,
nos ofrecen luz y vida,
nos liberan de cárceles y condenas,
de desengaños y tinieblas,
porque Tú estás en ellas.

Tanto nos amas Tú
que, a pesar de las noches y oasis,
somos personas que alzamos la vista
y miramos con esperanza,
fijos los ojos en Jesús,
iniciador y meta de nuestra aventura.

Y nuestro caminar,
hasta llegar a tu regazo,
será una historia de amor
llena de sorpresas y encuentros,
de lágrimas, dudas y gozos
que nos harán madurar
como hijos e hijas con espíritu
para vivir liberados y liberadas
la fraternidad.

¡Cómo brilla tu luz en nuestra oscuridad
al amarnos como nadie sabe amar!

Florentino Ulibarri

 

 

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